PREGÓN PARA LA SEMANA SANTA DE REQUENA

REQUENA EXPECTANTE

Semana Santa en Requena
ultima sus días marzo,
abril invoca perfumes
en los jardines y campos.
Floran yemas nuestras vides
y desde los altozanos
llegan brisas perfumadas
de romeros centenarios.
Semana Santa en Requena
es el Domingo de Ramos;
Jesús acude triunfante,
Requena va a acompañarlo.
Palmas y ramos de olivo,
aclamaciones y cantos:
¿Se presenta como un rey
o como hijo del trabajo?.
Viste un humilde atavío
y hasta camina descalzo,
no lleva joyas, ni lujos,
si no limpieza en las manos
y por sus ojos aflora
un destello reiterado
que se eleva por encima
de solanas y nublados;
el fulgor de una esperanza
entre tanto sobresalto.
Jesús pasea Requena
envuelto en palmas y ramos,
del Carmen al Salvador
el pueblo acude a arroparlo.
Cristo saluda triunfante
Requena toda gozando.
Pero como bien sucede
en la paz de nuestros campos
tras hermosas nubes blancas
van otras de color pardo,
y nunca faltan Herodes
ni tampoco los Pilatos
que fustiguen inocentes
atribuyendo pecados
a quien solo fue bondad
y amor personificado;
la Requena hoy expectante
se aviene a escenificarlo.

REQUENA DOLIENTE

La pátina gris del viernes
muestra que está atardeciendo.
Requena puebla sus calles
de expectación y silencio.
Un laberinto de formas
declaman cirios ardiendo,
desprendiendo desiguales
sombras sobre el pavimento.
La procesión, en su avance,
alcanza el Ayuntamiento
con la llegada del trono
de “La Oración en el Huerto”.
Tras ofrecerse Jesús
en la cena en sangre y cuerpo,
con los suyos marchó a orar,
se agotaba ya su tiempo.
Los apóstoles dormitan,
mientras Jesús Nazareno
busca la señal el Padre
sobre el tenebroso cielo:
-¡Padre! no puedo seguir
con este desasosiego.
Aparta de mí este cáliz
de dolor y sufrimiento,
porque ambos bien conocemos
el inmediato tormento.
Perdóname Padre mío
si en este instante flaqueo,
aunque sé que he de seguir,
por ello te manifiesto;
hágase tu voluntad,
tu siervo queda dispuesto.
El designio fue a cumplirse
tras un traicionero beso.
Sigue avanzando el desfile;
los tronos brillan luciendo
el arte de sus figuras  
y el pulcro de su ornamento.
La calle pinta de rojo
al subir el “Portalejo”
la “Flagelación de Cristo”,
el suplicio dio comienzo.
Pilatos dictó sentencia;
Azotad al Nazareno!
Jesús asido a una argolla,
nadie podía entenderlo.
Sistemático y acorde
el látigo busca el cuerpo
arrancando piel y carne
hasta acabar en los huesos.
Una corona de espinas
tiñe de rojo el cabello 
y es expuesto en un balcón
con una caña por cetro.
Nada aparenta influir   
la voluntad del Maestro,
debía tomar su cruz
no contaba con más tiempo.
Cuando el cortejo ya alcanza
la mitad de su trayecto,
la luna lanza su plata
al rostro del Nazareno
mostrando a Requena entera
su bello rostro sereno.
Jesús realza sus ojos
más allá del firmamento,
busca la huella del Padre
pide perdón por su pueblo.
De pronto el tambor resuena
dinamitando el silencio;
el clamor de una saeta
rasga el talud de los vientos 
para llevar a Jesús
un hálito de consuelo:
-“Viene Jesús flagelado
por la calles de Requena,
inunda mi alma la pena
por su rostro ensangrentado.
Nazareno, bien amado,
escucha presto el clamor
de un pueblo, que con amor,
se te entrega en cofradía,
ofrenda de malvasía
al hijo del Creador”.
El plena Plaza de España
se produce el Santo Encuentro:
la Madre sigue angustiada
los pasos del Hijo preso,
las garras de la impotencia
le agravan el sufrimiento.
A la vuelta de un recodo  
la Virgen clama un lamento,
encontró a Jesús de frente
arrodillado en el suelo.
No la dejan acercarse,
alejándola del cuerpo
que camina quebrantado
del brazo del Cirineo.
Se acorta el duro camino,
el Calvario va surgiendo
como siniestro patíbulo
de injusto acontecimiento.
Jesús asido a la cruz,
terribles puntas de acero
clavaron sus pies y manos
al madero del tormento.
Solo un Dios pudo aguantarlo;
su dolor fue tan intenso
que no sintió la lanzada
que le dieron en el pecho.
Subió la mirada al Padre
buscándole entre los cielos:
-“Tu voluntad se ha cumplido,
mi espíritu te encomiendo,
 Sentida frase final,
última porción de aliento. 
Solemne y majestuosa,
hermanada en el silencio,
avanza la cofradía
del Real Descendimiento.
Unos niños, en la acera,
demandan su caramelo
con la manita extendida
y los ojos somnolientos.
Con la ayuda de un sudario
descienden al Nazareno
los fuertes brazos amigos
de José y de Nicodemo.
Juan, el  más joven apóstol,
se dispone a recogerlo
ante los llorosos ojos
de tres mujeres en rezo.
El cuerpo inerte de Cristo
torna su matiz moreno,
por la pátina cetrina
que la muerte ciñe al cuerpo
cuando el alma le abandona
dejándole solo y yerto.
El orgullo de la Villa
sigue avanzando en silencio,
dejando al paso un regato
de admiración y embeleso
que despierta la hermosura
del sin par trono villero.
Reposa al fin en sepulcro
el cuerpo del Galileo,
congregación de emociones    
que estallan en el soneto:
-“Veo a Jesús yerto y ensangrentado
ineluctable imagen sacrosanta,
seco amargor recorre mi garganta
al contemplar su cuerpo lacerado.
De ti Padre me siento abandonado,
lastimero clamor que se quebranta
en espontánea acción que solivianta
a un corazón prudente y abnegado.
Tú eres el Dios que mi conciencia labra,
el que tras mis desplantes siempre insiste
en sembrar en mi campo su palabra.
Te he abandonado Señor hoy a tu suerte
y aunque ya no te hallara en esta vida,
ven hasta mí cuando llegue mi muerte”.
El sepulcro se ha cerrado
entre sombras de silencio.
¡Cristo! ¿Dónde está tu gloria?
(mascullan los fariseos
abandonando la tumba
del enviado del cielo…)
No podían intuirlo,
ellos nunca comprendieron
que ha de morir la semilla
para dar un fruto nuevo.

REQUENA TRIUNFANTE

Sábado Santo en Requena;
el campo queda dispuesto,
ha prendido la semilla,
el Sembrador tornó a tiempo
el rumbo de su cosecha
en sempiterno alimento.
Jesús deja su sepulcro,
el Padre le llama al cielo.
Desde la iglesia del Carmen
la Virgen sale a su encuentro
al vuelo de sus cofrades
y escoltada por luceros
que iluminan el trayecto
como volcanes en fuego.
Hacia el Portal se encamina
su Hijo se marcha al cielo,
se acabaron las penurias,
martirios y sufrimientos.
Las torres de las iglesias
en alegre jubileo
felices y alborozadas
lanzan sus bronces al viento.
Jesús ha resucitado
y su Madre acude a verlo.
Madre e Hijo se contemplan,
pero ya no tienen tiempo,
la Virgen queda en Requena
Jesús ha de marchar presto.
Antes de emerger al Padre
le dejó un mensaje nuevo:
-“Ama a todos éstos hijos,
como a mí siempre lo has hecho”,
y esbozando una sonrisa
se perdió en el firmamento
dejándonos a su Madre
mediando nuestros anhelos.
La clave de nuestra fe
Jesús nos la dio a su tiempo:
-“En tres días lo alzaré
si derribáis este Templo”.
No fue una balandronada,
ni un desafío encubierto.
Lo quisieron comprobar
escribas y fariseos.
El Templo fue derribado
y a los tres días erecto.
Firme, como mil columnas,
sobre cimientos de acero.
La fe de nuestros mayores
que anida en nuestros adentros,
se genera en un sepulcro
liberado al sufrimiento
y cabalga hacia nosotros
sobre el corcel de los tiempos,
insuflada desde niños
por boca de los abuelos;
enorme, majestuosa
y compleja en sus conceptos,
pero que puede expresarse
en cuatro sencillos versos:
-“La muerte no es el final.
La muerte es un hasta luego.
La muerte solo es el puente
que va de la tierra al cielo”.

 

Julián Sánchez Sánchez
(Viernes de Dolores de 2012)

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