04-III-2012. SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Lecturas: Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18; Rm 8, 31-34

Salmo Responsorial: Sal 115, 10. 15-19
R/. "Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida".

Evangelio
Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: "Este es mi Hijo amado; escuchadlo". De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Marcos 9, 2-10

Cita
Dios no dejará que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Os dará modo de poder resistir. (1Co 10,13)

Reflexión
Según el evangelio de este domingo, todos nosotros tenemos que levantar los ojos y abrir los oídos porque el testigo estrella nos habla y responde a la única pregunta que nos interesa responder más allá de toda duda. ¿Quién es Jesús? Pregunta para los hombres de todos los tiempos.

En tiempos de Jesús era una pregunta candente. Unos la contestaban diciendo que Jesús era Juan Bautista redivivo, otros que era Jeremías y otros que era uno de los antiguos profetas. Hoy, Jesús es un gran maestro, un hombre bueno, un idealista, un hombre sin religión organizada, nunca fundó una religión, condenó la religión existente en su tiempo y nunca pronunció semejante palabra.

En el evangelio de hoy, titulado de la Transfiguración, palabra rara y en desuso, Dios Padre habló a los tres discípulos en la cima de la montaña y habla a todos los discípulos congregados en miles de iglesias y nos responde. Al fin y al cabo ¿quién puede responder con autoridad y verdad a esta pregunta sino Dios Padre? Dios habló, en primer lugar, manifestando a Jesús en toda su gloria. “Se transfiguró ante ellos y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador”. El rostro resplandeciente de Jesús revela su identidad esencial. No se trata de un disfraz pasajero para celebrar una fiesta. Se trata de su ser divino siempre presente y siempre oculto bajo su dimensión humana. Dios habló, en segundo lugar, poniendo en diálogo a Jesús con Moisés –la Ley- y Elías – el más grande de los profetas. Mientras conversaban la nube se abrió y Dios Padre habló: “Este es mi Hijo Amado. Escuchadlo”. Jesús es el nuevo principio, desaparecen Moisés y Elías y comienza la nueva alianza, empieza una nueva relación con Jesús.

A partir de ahora ser cristiano es más que ser buena gente que no necesita ir a la iglesia, es ser personas que necesitamos entrar en la única relación que nos cambia nos transfigura y nos salva, la relación con Jesús.

En lo alto de la montaña, antes de llegar a Jerusalén, Jesús se manifestó en su gloria y fue declarado oficialmente, como ya lo había sido en día de su bautismo, Hijo de Dios. “Escuchadlo” imperativo que sale de la nube a través de los tiempos y nos invita a todos los hijos adoptivos a escuchar con el corazón a Jesús. Ojalá subiéramos a la cima de la montaña más a menudo y, perdidos en la nube de lo desconocido, experimentaríamos al Dios de Jesús.

Si nuestras vidas viajaran por avenidas menos atascadas de tanto ruido y afán humano, seguro que tendríamos más experiencias de la cima, del Tabor, con Jesús. Lo nuestro es la experiencia de la llanura, de la superficie, de pequeñas obras buenas y rezos distraídos, sin grandes epifanías. La sabiduría cristiana sabe vivir las dos en perfecta hermandad, pero el problema de la inmensa mayoría de los católicos es que uncidos a la ley, a la letra más pequeña e insignificante de la ley, no vemos el rostro glorioso de Jesús y no escuchamos al Hijo de Dios. Nos contentamos con otros rostros y otras voces.

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