EL PASO DEL DESCENDIMIENTO
EL VALOR RELIGIOSO DE UNA IMAGEN

por Don José Jaime Brosel Gavilá, Presidente de la Comisión Diocesana de Catequesis de Valencia.

1. La imagen y la cofradía

Un elemento de suma importancia en el ámbito de las hermandades y cofradías es el culto, el aprecio y la relación con la imagen sacra.
En este momento quiero lanzar una pregunta: ¿Dónde nace la imagen, la idea, el concepto que cada uno de nosotros tiene de Dios? Entre las posibles respuestas, hay una bastante evidente: del arte, de las esculturas, de las pinturas... de las diferentes imágenes con las que nos encontramos. Ellas van ayudando a modelar la imagen que cada uno de nosotros tiene de Cristo. La imagen, el paso procesional que se sitúa ante nosotros, y en torno al cual nos reunimos, contribuye a conformar la imagen de Dios que cada uno tiene.
La imagen, el paso procesional, no es un elemento más entre los muchos que forman parte de nuestra vida como asociación. Es el elemento visible que nos une, que nos identifica, que nos congrega. La imagen, el paso, se convierte en un referente para toda la asociación, en símbolo de su identidad. De hecho, hasta que el paso no está concluido, parece que la cofradía no se siente plenamente cofradía.
El vínculo que se establece entre la imagen religiosa y la persona es de tal intensidad que, sobrepasando al individuo, implica a todo un grupo. La cofradía establece un vínculo especial y privilegiado entre ella y la imagen concreta, la imagen en su materialidad, en cuanto representación iconográfica de una advocación particular.

2. Principales características de la imagen religiosa

Son tres los principales aspectos que caracterizan la iconografía religiosa, y que asumen gran importancia en el ámbito de la experiencia religiosa popular. La imagen desempeña una función narrativa, una función simbólica y, como elemento más elevado, una función teofánica. Pasemos a desarrollar brevemente cada una de ellas.

2.1. Función narrativa

La imagen religiosa tiene una importante función narrativa y didáctica. Este aspecto narrativo es el más elemental de cuantos conforman a la imagen religiosa. Ésta es una trascripción iconográfica del mensaje evangélico. Gracias a ello, nuestra imagen ofrece significativas informaciones visuales sobre los relatos evangélicos de la Pasión. La imagen goza del valor de la representación, mediante el cual visibiliza aspectos concretos de la fe.
En el paso del Descendimiento se reproduce el momento en que José de Arimatea y Nicodemo están procediendo a desenclavar y bajar a Cristo de la cruz. En la escena también están presentes la Virgen y san Juan, los cuales, habiendo asistido a la crucifixión, estarían también en dicho momento. En algunos casos se incluye a María Magdalena o a otra de las mujeres.
Así, en nuestro “paso de misterio” se manifiesta una escena, una historia. En un conjunto escultórico se están traduciendo a imagen las palabras del Evangelio. Así se narra en el Evangelio de San Juan: «Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús» (Jn 19, 38-42). En el paso procesional también se incluyen detalles tomados de los otros relatos, como el hecho de que José de Arimatea «compró una sábana, y bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana» (Mc 15,45).
El Concilio Vaticano II, en su mensaje a los artistas, reconocía: «Vosotros habéis ayudado a traducir su divino mensaje [el mensaje de la Iglesia] en la lengua de las formas y las figuras, convirtiendo en visible el mundo invisible».
Y porque en ellas se materializa y visibiliza, en gran medida, el mensaje cristiano, las imágenes sagradas son un gran apoyo para la instrucción de la fe. «Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el Misterio de Cristo» (CEC, n. 1192). La imagen religiosa, siendo verdadera biblia pauperum, es un modo singular de comunicar el mensaje bíblico y de contribuir a la formación cristiana, lo cual cobra singular importancia al final del siglo XX, calificado como una verdadera “era icónica”.
La iconografía también favorece la interiorización y memorización de los relatos evangélicos de la pasión y muerte de Cristo, al tiempo que su posterior recuerdo. ¿No es más fácil recordar los acontecimientos de la muerte de Cristo en sus detalles tras contemplar una imagen como las nuestras? Asimismo, y más allá de una simple narración, la iconografía es un modo de proclamación pública de la fe, o, como señaló el II Concilio de Nicea, en el año 787, puede servir «para expresar brevemente nuestra profesión de fe».
El valenciano san Vicente Ferrer señaló que eran tres las razones que habían movido a la Iglesia a la hora de promover el uso de las imágenes religiosas: «La primera, para la instrucción de los laicos y de los rudos, que son instruidos, como si fuesen con ciertos libros. La segunda, para que los misterios de la encarnación y pasión de Cristo y ejemplos de los santos estuviesen más grabados en nuestra memoria, y cada día se representen a nuestros ojos. Tercera, para mover el afecto de la devoción, pues de lo que se ve se excita y se mueve uno más eficazmente que de lo oído. Luego cuando el hombre mira a la Cruz o el crucifijo se recuerda y trae a la memoria al Hijo de Dios por nosotros encarnado, y que padeció y se mueve hacia su amor y el afecto de la devoción».
Así pues, por su valor didáctico o narrativo, la imagen religiosa desempeña un papel importante en la formación cristiana. En cuanto es trascripción iconográfica del mensaje evangélico, la imagen ofrece determinadas informaciones visuales sobre los textos evangélicos de la Pasión, al tiempo que favorece su interiorización y memorización así como el posterior recuerdo.

2.2. Función simbólica

En segundo término, la imagen religiosa también goza de un importante valor simbólico. Éste se caracteriza, en primer lugar, por la empatía que produce en el sujeto que la contempla. La imagen crea en el hombre un cierto estado psicológico y una profunda experiencia emotiva y afectiva de alegría, piedad, tristeza o sobrecogimiento. Debido a su condición estética, la representación iconográfica busca complacer a quien la contempla, al tiempo que le proporciona sensaciones específicas. ¿Quién no se ha estremecido o se ha emocionado ante su paso del Descendimiento, un Viernes Santo por la noche, al verlo cruzar la puerta del templo, iluminado con la luz tenue de la cera, teniendo de fondo el retumbar de los tambores?
Pero además, y en segundo lugar, por medio de su carácter simbólico, la imagen abre los caminos hacia la trascendencia. Hay aspectos del misterio de Cristo que difícilmente pueden reducirse a palabras, ya que el lenguaje verbal no siempre puede comunicar en modo adecuado toda experiencia. En cambio, la imagen, en cuanto símbolo, facilita la comunicación de experiencias religiosas y tiene una considerable capacidad de visualizar determinados conceptos abstractos, como pueden ser la gloria, la belleza, el esplendor, la humildad, el dolor, el amor, el gozo, la esperanza, la paciencia o la angustia. ¿Cómo expresar con palabras el dolor que se contempla en el rostro de la Madre al pie de la cruz? ¿Cómo transmitir la admiración por el gesto de compasión de José de Arimatea y Nicodemo? San Pablo nos invita a comportarnos como Cristo Jesús, el cual, «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,6-8). San Pablo, pues, nos anima a seguir a Cristo en su humillación, en su anonadamiento. ¿Y qué mejor expresión de ese “hacerse nada” de Cristo que esta escena en la que aparece destrozado, humillado...? Ante la imagen, las palabras quedan pequeñas. Ante la imagen, sobran muchas palabras. De este modo, la imagen puede ser un instrumento fundamental que facilite la comunicación y la comprensión de determinados aspectos de la experiencia humana y, singularmente, del ámbito religioso.
Por su condición simbólica, la representación iconográfica abre caminos hacia la trascendencia y facilita el acceso a la esfera de lo sagrado, al tiempo que puede ser un estímulo para que en el hombre se acreciente la piedad. La empatía que la imagen suscita en la persona que la contempla puede ser origen de una profunda experiencia religiosa.
Al respecto, es significativo el testimonio de la mística santa Teresa de Jesús, donde relata la importancia que tuvo en su conversión la contemplación de una imagen de Cristo. Ella misma escribe: «Pues ya andava mi alma cansada y, aunque quería, no la dejavan descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que entrando un día en el oratorio, vi una imagen que havían traído allí a guardar, que se havía buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado, y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representava bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que havía agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle».

2.3. Función teofánica

En tercer lugar, la imagen religiosa se distingue por su carácter hierofánico. El objeto material, la escultura, adquiere una dimensión nueva: la sacralidad. A través de dicho objeto visible, la divinidad puede mostrarse cercana, puede manifestarse. Por su carácter teofánico, la iconografía cristiana puede desempeñar una función mediadora y comunicativa del misterio, haciendo cercana la divinidad.
Son significativos algunos testimonios que he podido recoger en mi trabajo de investigación. Una de las personas que pude entrevistar confesaba: «Fíjate, son imágenes. Yo sé que Dios está en el cielo, y que esto son imágenes representativas de Dios. Pero es que para mí el Cristo del Salvador [...] es tanto lo que le tengo que agradecer... que a Dios lo veo en Él. Yo lo he tenido en mi casa, en Semana Santa. Y cuando vengo a su capilla, yo estoy hablando con Él (porque le hablo y todo) y veo que estoy hablando con Dios. No soy fanático, que conste». En la misma línea, otro entrevistado afirmaba: «Yo muchas veces he ido a la capilla del Cristo del Salvador, delante de la imagen, y me he puesto a hablar con Él [...]. Yo me pongo delante de la imagen y creo que estoy hablando con Dios. Creo...».
Así pues, la imagen sacra es, ante todo, una cercanía singular de la divinidad. En la imagen religiosa, la persona de Cristo, de la Virgen o de los santos no sólo está representada, sino que además está “presencializada”, es decir, por medio de la representación iconográfica, se descubre cercana. Es por ello que la imagen religiosa adquiere una condición superior a la de un simple elemento funcional del entramado festivo o a la de la obra de arte (que busca producir un placer estético).
El Concilio de Trento, retomando la doctrina del II Concilio de Nicea, reconoció la importancia de las imágenes religiosas en la vivencia de fe, e indicó que debía «tributárseles el debido honor y veneración, no porque se crea hay en ellas alguna divinidad o virtud, por la que haya de dárseles culto, o que haya de pedírseles algo a ellas, o que haya de ponerse la confianza en las imágenes [...]; sino porque el honor que se les tributa, se refiere a los originales que ellas representan; de manera que por medio de las imágenes que besamos y ante las cuales descubrimos nuestra cabeza y nos prosternamos, adoramos a Cristo y veneramos a los santos, cuya semejanza ostentan aquéllas».
Las imágenes sacras son también una ayuda significativa para la oración. San Juan Damasceno afirmaba: «La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración». Y es que con imagen o sin ella, nuestra mente sólo puede llegar a lo invisible por medio de lo visible o haciendo referencia a ello. Dada la dificultad que supone la abstracción para muchas personas, la imagen es un apoyo para acercarnos a la trascendencia. Santa Teresa de Jesús afirma que se valía de las imágenes para pensar en el Señor, y por ello confiesa ser «tan amiga de imágines».
Esta misma idea se encuentra en el testimonio de una de las personas entrevistadas, quien afirmaba: «Una imagen, en general, es una talla de madera. La imagen de mi Hermandad no es más ni menos importante que cualquier otra imagen tallada de Cristo. Ahora, ¿qué representa para mí la imagen de mi Hermandad? Creo que te lo voy a decir en unas palabras bastante claras: yo cuando rezo en casa por la noche y me hago una idea de Dios al que me estoy dirigiendo, es esa imagen».
La imagen religiosa es un apoyo a la oración en cuanto tiene la capacidad de «evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio trascendente de Dios [...] manifestado en Cristo» (CEC, n. 2502). Desde esa base, la iconografía sacra puede mover al hombre a la conversión, así como «a la adoración, a la oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador» (CEC, n. 2502). Su contemplación facilita la súplica, al tiempo que, usada en la liturgia, contribuye en gran manera a «que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles» (CEC, n. 1162).

3. “Lectura” del paso del Descendimiento

Hemos hablado de la importancia de la imagen. Hemos señalado que el paso procesional no es un elemento más entre los muchos que forman parte de nuestras hermandades y cofradías. Es el elemento visible que nos une, que nos identifica, que nos congrega, y que es símbolo de identidad.
Y, ¿qué imagen es la que nos reúne? Parece que, a estas alturas, tanto la pregunta como la respuesta aparecen como innecesarias. Pero no es así. El paso que nos congrega no es uno cualquiera, no es éste como podría haber sido otro. No. No es un hecho casual ni irrelevante. El paso que tenemos ante nuestros ojos es uno concreto: el paso del Descendimiento.
Y es una imagen que nos habla, que nos transmite un mensaje, un mensaje preciso, distinto a otros. ¿Cuál es ese mensaje? ¿Qué significa para nosotros? ¿Qué trascendencia tiene en nuestra vida? ¿A qué nos obliga?
Cuando salimos a la calle en procesión, la cofradía como tal se hace presente en medio de la sociedad. En ese momento, nuestro paso procesional es nuestro mensaje, es nuestro grito, es nuestro estandarte, es la palabra que estamos pronunciando en el centro de nuestros pueblos y ciudades. Y es por ello por lo que planteo dos preguntas. La primera: ¿qué es lo que estamos anunciando? La segunda: ¿nos creemos nosotros lo que estamos anunciando?, ¿intentamos hacerlo vida en nosotros?
Intento responder a la primera pregunta: ¿qué es lo que estamos anunciando?, ¿qué mensaje estamos transmitiendo con nuestro paso procesional? Analicemos el grupo escultórico en cada uno de sus personajes.
Encontramos al grupo de mujeres que acompañan a Cristo. Entre ellas podemos subrayar la presencia de María Magdalena. Estas mujeres son testigo de los diversos acontecimientos. Han estado con Jesús, han escuchado su predicación, han visto su padecimiento y su muerte en cruz. Ellas mismas serán posteriormente testigos de la resurrección, y correrán para contar a los demás lo que han visto y oído. Irán a anunciar que Dios cumple sus promesas, que no nos abandona, y que el amor que Dios nos tiene es más fuerte que la misma muerte. Ellas nos enseñan que el cristiano tiene necesidad de contar, de compartir la Buena Noticia que ha descubierto.
Vosotros, cofrades del Descendimiento, al igual que las mujeres presentes en el paso procesional, ¿cómo ser anunciadores del Evangelio? Debéis ser evangelizadores, en primer lugar, mediante vuestro testimonio, tanto a nivel personal como comunitario. Por vuestro modo de vivir, de relacionaros con los demás, por vuestra solidaridad o vuestra esperanza, los cofrades os podéis convertir en testigos silenciosos del Evangelio, y haciendo plantearse a quienes os contemplan numerosos interrogantes sobre los motivos que os lleva a vivir de ese modo concreto. Siendo verdaderas comunidades cristianas, escuchando la Palabra de Dios y poniéndola en práctica, celebrando la salvación obtenida por Cristo, creando espacios de fraternidad, estando comprometidas con la justicia y la libertad, y siendo solidarias con los que sufren, las cofradías se convierten en una proclamación silenciosa del Evangelio.
Pero, en segundo lugar, se hace necesario anunciar de un modo claro, explícito e inequívoco el Evangelio de Jesucristo, sin el cual no se realiza una verdadera evangelización. Podéis ser mensajeros con vuestros ritos, con vuestras ceremonias, con vuestras procesiones. Vuestras procesiones, especialmente aquellas en las que participan numerosos pasos, son una verdadera narración de los últimos momentos de la vida terrena de Jesús, y por ello mismo se convierten en una catequesis plástica para todos aquellos que la contemplan.
Durante los actos procesionales, cuando los pasos desfilan por las calles de las distintas poblaciones, se constata una circunstancia similar a la que en el siglo VIII relató el Papa Gregorio II al emperador iconoclasta León III: «Los hombres y las mujeres portando en brazos niños recién bautizados y llevando de la mano tiernos muchachos los educan a elevar a Dios sus corazones señalando con el dedo las imágenes».
Junto a las mujeres, están José de Arimatea y Nicodemo. Ellos son los que están bajando a Cristo de la cruz. Ellos son los que han descubierto que en esa circunstancia debían dar una respuesta concreta y práctica. Ellos nos enseñan a vivir atentos a las necesidades de los demás, a poner en práctica el mandamiento del amor. Es necesaria la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano. Y no simplemente por filantropía, es decir, por una mera solidaridad. Sino porque nos sentimos amados y necesitamos y queremos compartir ese amor, y porque en el hermano sufriente descubrimos el rostro doliente de Cristo crucificado. Cristo quiso identificarse con ellos. «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36). Viviendo desde el amor, como el buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37), nos convertimos en rostro de Dios para los demás, somos signo de la presencia cercana de Dios.
En el Vaticano, en las estancias privadas del Papa, se encuentra la capilla Redemptoris Mater, cuyas paredes están todas recubiertas de mosaico. Y entre todas las figuras, quiero en este momento detenerme en una: el buen samaritano. Esta escena tiene un elemento curioso. Tanto el samaritano como el herido tienen la misma cara: el rostro de Cristo. Y es que cuando sostenemos al otro, somos para él cercanía y presencia de Cristo; al tiempo que nosotros, en el hermano que sufre, estamos sirviendo al mismo Cristo.
Por eso, las cofradías deberíais recuperar el carácter social y caritativo que tuvisteis en los orígenes, y que nunca habéis abandonado. Y en esa línea deberíamos profundizar. Tendríamos que hacernos presentes en el mundo. Es necesario que hagáis escuchar vuestra voz en la sociedad, y reclaméis un mundo y un pueblo más justo, más humano, más solidario y más compartido. En definitiva, un mundo que se pareciese cada día más al paraíso que Dios creó en el principio para toda la humanidad.
Un personaje crucial en el paso procesional es María, la madre de Jesús. Ella es la que está atenta a la presencia de Dios en cada momento de su vida, ella es la que guarda y medita todos los acontecimientos en su corazón, ella es la mujer de oración, la maestra de oración. Ella nos invita a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, a conocer a Dios.
Desde el ejemplo de María, vuestras cofradías deben ser lugares de oración y de formación. Es importante la formación de los cofrades. Por eso, las cofradías deberían ser un ámbito en el que se pudiese conocer mejor el mensaje cristiano, en el que cada día pudiésemos enamorarnos un poco más de Cristo. Sé que esto no es fácil, pero es aquí, en el tema de su identidad cristiana, donde la cofradía se juega su futuro. Son numerosos los esfuerzos que se están realizando, pero bien sabéis que todavía queda mucho por hacer.
Y de todos los personajes que conforman el grupo escultórico, llegamos al centro: Cristo, el crucificado, el que ofreció su vida como ofrenda agradable a Dios. Él es el centro de nuestro paso procesional y, lo que es más importante, el centro de nuestra fe. Su muerte y resurrección es el núcleo de nuestro ser cristianos y lo que nosotros, de un modo singular, celebramos. Y lo celebramos con nuestros ritos externos. Y lo celebramos plenamente en los sacramentos, singularmente en la celebración de la Eucaristía. Ella es centro, fuente y cumbre de la vida cristiana. Es un momento de acción de gracias, de encuentro de la comunidad,... Pero, sobre todo, en ella recordamos el misterio pascual de Cristo. Dios es su protagonista principal. Él es quien nos reúne, Él es quien nos perdona, Él es quien nos habla y Él es quien nos alimenta. La comunidad cristiana y las cofradías han ganado mucho en la celebración de la Eucaristía. Pero aún queda mucho por hacer. La Eucaristía debe ser para todo bautizado y, por tanto para cada cofrade, el centro del domingo y el centro de la semana. Pero no porque nos obliguen, sino porque debemos experimentar la necesidad de Dios. La cofradía debe ser el ámbito en el que se potenciase la fiesta cristiana. Como alguien diría, el lugar en el que se viviese la Misa y la mesa. La Misa como principio, fuente y fin de nuestra vida en unión con Dios, donde nos alimentamos de su Palabra y de su Cuerpo, donde nos sentimos perdonados. Y la mesa, continuación de la Misa, como reflejo y cultivo de nuestra alegría y de nuestra amistad. Por eso, la cofradía debe hacer ver a sus cofrades que en la misa está el verdadero sentido de todo lo que hacen.
Vuestros actos serán plenamente auténticos si descubren en la liturgia, y especialmente en la celebración de la Eucaristía, su origen y su sentido. Con vuestras procesiones queréis recordar la muerte y resurrección de Cristo. Queréis reproducir, de un modo más o menos fiel, aquellos sucesos. Pero la liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza y los hace presentes.
Éste es un dato importante que no debemos olvidar y que debe ser especialmente cuidado: lo que celebramos litúrgicamente dentro de los templos es lo que continuamos celebrando festivamente en las calles. Sin lo primero, lo segundo se vacía de sentido. No tiene sentido la procesión del Santo Entierro sin celebrar los Oficios, ni el Encuentro de Pascua sin celebrar la Vigilia Pascual. Por ello os invito a celebrar la Misa, viviéndola como origen y fin de vuestra fiesta.
Jesús, María, José de Arimatea, Nicodemo, las mujeres,... todos ellos son símbolo de la comunidad que vive la fe, que celebra, que anuncia, que vive el mandato del amor... Ellos han de ser símbolo de nuestra cofradía, de nuestra fraternidad. Ellos os invitan a hacer vida lo que creemos, os animan a vivir unidos. Vivir como lo que sois, como cofrades, es decir, como hermanos. Es importante que vosotros, cofrades, creéis en vuestras hermandades espacios de fraternidad, lugares de encuentro.
Y vivir como miembros de la gran familia que es la Iglesia. La cofradía debe ser un lugar de participación en la vida de la Iglesia, una forma concreta de sentirse parte de la Iglesia. Más allá del simple grupo de amigos, la cofradía debería ser el ámbito eclesial que permitiese a cada uno crecer como cristiano y, en consecuencia, como persona. Sois Iglesia, y las alegrías y las preocupaciones de la comunidad cristiana deben ser las alegrías y las preocupaciones de las cofradías. La Iglesia necesita de las cofradías, necesita de vosotros.
Podríamos seguir “leyendo” y profundizando en el mensaje que cada uno de los personajes del grupo escultórico nos dirige. Pero considero suficiente lo dicho. El paso del Descendimiento nos marca un programa concreto de vida para la cofradía y para cada uno de sus miembros. Os invito a que cada uno de nosotros sea prolongación del paso, que cada uno haga vida en su vida lo que a los ojos de otros es una simple escultura. Éste es nuestro mejor servicio a la Iglesia y al mundo, ésta será la fuente de nuestra felicidad.

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