REQUENA Y SU PASIÓN POR LA PASIÓN

por Don Jaime Lamo de Espinosa y Michels de Champourcin, XIII Marqués de Mirasol, Barón de Frignani y Frignestani. Economista, ingeniero agrónomo y político. Catedrático de Economía y Política Agraria en la Universidad Politécnica de Madrid. Ministro de Agricultura de 1978 a 1981.

Requena es una ciudad y un municipio singular. Municipio de enorme extensión superficial y ciudad llena de historia y de piedras viejas que nos la recuerdan. Singular lo ha sido siempre por su ubicación y por su historia. Ciudad amurallada, avanzada de la reconquista, ultimo baluarte cristiano sobre la meseta castellana más allá sus tierras eran territorio musulmán (no hay que olvidar que desde la reconquista Requena perteneció a la Diócesis de Cuenca), tierras castellanas hasta bien avanzado el siglo XIX en que se hacen valencianas ... todo la convierte en una ciudad singular. Y dentro de esa singularidad, Requena ha sido y es ciudad de hondos valores éticos y cristianos.
Cuando uno recorre‑ y conviene hacerlo despacio, con calma, para disfrutar de sus encantos‑ las calles de la vieja Villa pronto nos damos cuenta que sus moradores forjaron una potente arquitectura religiosa que ha llegado hasta nuestros días. Las Iglesias de El Salvador, de Santa María, de San Nicolás, la casa de Santa Teresa y fuera de los límites de la Villa, en los arrabales de la ciudad, la Iglesia de El Carmen nos hablan bien de su historia religiosa.
La Arciprestal de El Salvador se funda en tiempos de Alfonso XI, inicia su construcción en 1380 en estilo románico, aunque su pórtico acaba siendo gótico con una torre que data del s. XVII. La de San Nicolás (de Bari) era la más antigua de Requena, pero parece que su traza definitiva procede de la mitad del s. XVI. Es de destacar que los altares laterales pertenecieron a las familias Enríquez de Navarra y a los La Cárcel. Y de la de Santa María, cuyo pórtico también es gótico isabelino, data su inicio del S. XIV y su terminación en el S. XVI. Y la Iglesia del Carmen, cenobio fundado por los Infantes de la Cerda, donde se entronizaba a la desaparecida talla de la Virgen de la Soterraña y donde Santa Teresa fundó un convento del Carmelo.
Tal proliferación de Iglesias en un municipio extraordinariamente extenso, capital siempre de su comarca, aunque poco poblado en los años en que se construyeron (unos 2 / 3.000 habitantes) dice bien a las claras el espíritu de la ciudad. Pero hay que añadir que sobre tales iglesias proliferaron todo género de Cofradías, como la de San Roque, la del Escapulario del Carmen, la de San Antonio Abad, la de la Vera Cruz que data de 1560 y a la que estuvieron encomendadas durante siglos las procesiones y ceremonias de Semana Santa. Esta Cofradía poseía varias imágenes como las de la Soledad, la Verónica, la Oración en el Huerto, y el Descendimiento.
La pasión por la Pasión data, pues, de casi cinco silos. Desde ese año de 1560 tenemos constancia de la pasión de los requenenses por las procesiones de la Pasión. Es lógico pensar que si en tal año nació la Vera Cruz, ese natalicio fuera el fruto de muchos años de ceremonias, procesiones, celebraciones en honor de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y desde entonces Requena ha sabido conservar esa ya larga tradición.
Muchos años son los pasos que cualquier procesión acostumbra a lucir en tales rituales. La crucifixión, el prendimiento, la Verónica, el buen ladrón, la entrada de Jesús en Jerusalén, etc. Pero para mi, ha sido siempre el Descendimiento el que representa el momento de mayor aproximación de Cristo al hombre, aquel en que un simple ser humano puede sentirse más próximo a los sentimientos que seguramente embargaron a aquellos que rodearon a Cristo en tan agónico trance.
Efectivamente es el Descendimiento en la pasión de Cristo un momento singular y muy especial. Jesús ha muerto, su cuerpo cuelga de la cruz, la Virgen, su madre, María Magdalena y María Salomé, esperan al pie de la cruz para recoger el cuerpo y tres hombres Jose de Arimatea, Juan y Nicodemo se aprestan a bajarlo, envolverlo en blanco sudario y llevarlo al sepulcro. El Descendimiento es así, ese trágico instante en que todavía el cuerpo está con nosotros, casi caliente, todavía no se nos ha ido del todo, pero pronto, al poco rato, ese mismo cuerpo estará en su sepulcro y nunca más volveremos a tener la percepción de su presencia. Excepto en el caso de Cristo en el que la Resurrección lo devuelve por un breve tiempo más a la presencia de los suyos.
Esa sensación, la del "todavía", la de retener al fallecido un minuto más entre nuestros brazos, la hemos vivido todos en relación a un ser querido. Vivimos su último contacto a sabiendas que de inmediato esa presencia real habrá desaparecido para siempre sobre la faz de la tierra y viviremos siempre de su recuerdo. Eso significa el Descendimiento en un ser humano. En el caso de Cristo esa terrible, trágica sensación se convertirá días más tardes en una gloriosa resurrección. Por eso no es de extrañar que este momento tan lleno de angustia de una madre llorosa que recibe en sus brazos el cuerpo herido, sangrante y difunto, de su hijo esté tan revestido de gravedad y de profundos desgarramientos.
Requena tuvo una‑ parece‑ espectacular escultura del Descendimiento realizada por el imaginero requenense Manuel Ripollés , paso destruido, desgraciada y sacrílegamente, durante nuestra Guerra Civil. Pero el que ahora venera la Cofradía de su nombre, es obra de José Dies López y enorgullece a los requenenses, por su dimensión y su dramática representatividad, un paso que durante años se alojó de modo permanente en la capilla de la Comunión e de la Iglesia de El Salvador.

Ahora, cuando se cumple el L Aniversario de la creación de la Cofradía, es buen momento para recordar que muchos de aquellos que fundaron hace 50 años la misma ya no están entre nosotros. Ellos también, han pasado su particular "descendimiento" su separación definitiva de entre nosotros. Recordar aquí hoy a Nicanor Armero, Tomás Berlanga, a Manuel Canovas, a Luis Roberto Carratalá, a Maximiliano Erans, a Antonio García Meri, a Mariano Pérez Pedrón, ...y a tantos y tantos otros, sólo demostraría el alma llena de bien de aquellos hombres y de los que hoy , 50 años más tarde, siguen animando , con todo acierto, el espíritu de esos cofrades amantes de su tradición y de la Pasión.

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